El retrógrado Donald Trump gana adeptos entre los republicanos

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de GUILLERMO LUNA GONZÁLEZ.

 

El empresario multimillonario Donald Trump ha entrado en política. Y está dispuesto a todo para llegar a la Casa Blanca en las elecciones presidenciales del próximo 2016. El polémico Trump decidió presentarse a las primarias del Partido Republicano a finales de junio de este año. Desde entonces, el revuelo mediático y social que ha levantado es constante. Quizá es su estrategia para ganar las primarias, pero lo que es cierto es que su discurso de odio y su mala educación están calando fuerte entre el electorado republicano y eso es muy preocupante para la democracia.

Es una evidencia que al magnate estadounidense le gusta ser el centro de atención. Se crece en las ruedas de prensa y, más aún, en los debates televisivos. De hecho, fue precisamente en el debate entre los 10 precandidatos republicanos cuando comenzó a soltar sus grotescos comentarios. Trump sabía que le estaban viendo más 20 millones de estadounidenses y aprovechó la ocasión para mostrar al público su mano dura con la inmigración, de la que llegó a decir que era la principal causa de los problemas de Estados Unidos y que él, si fuese Presidente, construiría un muro fronterizo con México para evitar las “constantes invasiones”. Esta propuesta es alarmante porque mientras en el resto del mundo se está intentando establecer una política migratoria menos dañina con los inmigrantes, Donald Trump aboga en cambio por endurecer dicha política, en un claro discurso xenófobo y racista. Es más, ha llegado a declarar que su intención en este asunto pasa por deportar a más de 11 millones de inmigrantes sin papeles que viven actualmente en suelo norteamericano. Actitud neurálgica porque lo normal es que los gobiernos intenten regularizar la situación irregular de los extranjeros y no expulsarlos sin alternativa. ¿Os acordáis de Hitler y los judíos? Pues esta propuesta es muy parecida. Ya se ahondará en ello.

Pero sin duda, lo que más llamó la atención en este debate fue su comentario machista hacia la moderadora Megyn Kelly, quien le preguntó por las declaraciones de Donald Trump llamando “cerdas, gordas y perras” a las mujeres que no piensan como él. Ante esta pregunta de lo más lógica si se tiene en cuenta la gravedad de los calificativos, la respuesta de Trump fue que a Kelly “le brotaba sangre de los ojos, le brotaba sangre de… de donde sea”. Eso sí. Muy valiente no fue cuando lo dijo horas después del debate en una entrevista telefónica con la CNN, alegando que la moderadora tenía la regla y por eso estaba enfadada con él. Fue un comentario muy desafortunado ya no solo por la gravedad del mismo, sino también desde el punto de vista estratégico. Hay que decir que Megyn Kelly es periodista del canal Fox, de línea conservadora y muy afín al Partido Republicano. Esto quiere decir que sus ataques a una profesional de dicha cadena pueden arrebatarle los numerosos apoyos que sin duda hubiera conseguido de Fox. Error de novato.

Otra polémica de Donald Trump fue su comentario en una entrevista en la que afirmó que de ser Presidente de Estados Unidos, quitaría el derecho de ciudadanía a los niños inmigrantes y a los nacidos en suelo estadounidense pero de padres extranjeros. Está claro que su discurso de odio racial sustenta la mayor parte de su programa de propuestas. De hecho, más allá de sus ataques migratorios, se desconocen aún cuáles son sus medidas firmes si se diera el caso de salir elegido como Presidente estadounidense. Es evidente que lo que busca Donald Trump es centrar la atención de las cámaras mediante una serie de ocurrencias xenófobas y discriminatorias que debe asustar, cuanto menos, al pueblo estadounidense. Hay que recordar que Estados Unidos ha sufrido mucho para erradicar el rechazo racial que existía hace 100 años, donde imperaba el poder de los blancos frente a la esclavitud de los negros. Por ese motivo, que en el 2015 venga un millonario con la vida resuelta a fracturar la convivencia social y el civismo que se respira en Estados Unidos es preocupante. Más si cabe tras los últimos acontecimientos de violencia racial por parte de la Policía que están saliendo a la luz. Se debería centrar el esfuerzo gubernamental en solucionar estos gravísimos problemas sociales y no pretender agravarlos como aboga Trump.

Su último enfrentamiento tuvo lugar hace unos días en una rueda de prensa con el famoso periodista mexicano Jorge Ramos de la cadena Univisión. Ramos es altamente conocido en Estados Unidos y muy seguido por la comunidad hispana. Además, se ha mostrado en numerosas ocasiones contrario a los ataques xenófobos de Donald Trump y no dudó un segundo en preguntarle sobre este aspecto en la rueda de prensa. Sin embargo, el magnate no estaba dispuesto a debatir con él y envió a sus guardaespaldas a expulsarle de la sala en una actitud totalitaria, despótica y contraria a la libertad de expresión, opinión y de prensa. Tiempo después pudo volver a entrar en la rueda de prensa y formular sus preguntas (como si hubiera que darle las gracias por dejar preguntar a un periodista), pero de nuevo el minuto de protagonismo ya lo había conseguido.

Sus descalificaciones, comportamientos vejatorios, polémicas y discursos xenófobos no quedan solo ahí. De hecho, se podrían rellenar varios folios criticando dichas conductas, pero no es necesario porque el lector se hace ya una idea. Resulta más interesante focalizar el resto del escrito en el sorprendente apoyo que está consiguiendo Donald Trump, a pesar de los continuos improperios que lanza por su boca. Tras el debate entre los precandidatos republicanos, los analistas políticos le dieron la victoria, por delante de Jeb Bush, hermano de George Bush, y favorito en las encuestas hasta la entrada de Trump, dado el apoyo incondicional que suele recibir la familia Bush por parte del electorado republicano. Tras dicho debate, sus rivales por la victoria en las primarias declararon que no esperaban gran proyección de Donald Trump, pues consideraban que su candidatura era un juego de verano que terminaría por difuminarse por su escaso programa electoral. Por desgracia, se equivocaron.

Conforme pasan los días, la popularidad y apoyo del multimillonario magnate aumentan exponencialmente y de forma proporcional a la cantidad de barbaridades insensatas que dice. Los republicanos han “ultraderechizado” su ideología. Saben que el centro está copado por el partido demócrata y sus únicas aspiraciones de retomar la Casa Blanca después de seis años en la oposición (si puede llamarse oposición a tener la mayoría en el Senado), pasa por un guión mucho más conservador. Y de momento, como se aprecia, les está dando resultado. De hecho, Donald Trump está provocando que sus rivales republicanos tengan que radicalizar más su discurso para poder competir de tú a tú con él. Están dejando a un lado sus políticas más integradoras desde el punto de vista racial (aun siendo estas algo discriminatorias dada la ideología republicana por excelencia) para oponerse más contundentemente a los movimientos migratorios. Sin lugar a dudas, este posicionamiento en política exterior es muy preocupante. Tanto el discurso empleado, como las medidas propuestas recuerdan mucho a Adolf Hitler. Puede que a algunos les parezca exagerado este símil, pero viendo su comportamiento diario ante los medios de comunicación y antes sus seguidores, esta comparación no presenta grandes diferencias. Quizá una. Y es que Hitler llegó a la política con una mano delante y otra detrás con el objetivo de erradicarla, mientras que Trump ha llegado con las manos bien llenas de dinero y con el objetivo de mantenerla para enriquecerse más aún con el dinero público. Pero en materia social, el odio que despierta contra los extranjeros y contra las mujeres recuerda al odio hitleriano contra los judíos y su lenguaje machista frente a las mujeres de raza aria a las que encasillaba en las tareas del hogar sin posibilidad de cambio. Por la dureza de los actos, me reservo lo que Hitler realizaba con las mujeres que no eran de la llamada raza aria.

Por si esto fuera poco, Hitler pretendía construir una Alemania donde solo se diera cabida a la raza aria, expulsando o incluso matando a los integrantes de las demás razas existentes. Por su parte, Donald Trump, si analizamos su discurso, pretende construir un Estados Unidos donde el poder esté en manos de los blancos, y los negros queden relegados a un escalón social inferior, cuando no fuera de territorio yanqui. Es cierta una cosa. Donald Trump no quiere matar a nadie. Al menos directamente como hacia Hitler, porque es un hecho que bloquear la entrada de la inmigración genera tensión en las fronteras, dando lugar a numerosas muertes de extranjeros que, sin nada que perder, se abalanzan contra cualquier valla o impedimento que encuentren a su paso, en busca de un mundo mejor, aunque ello pueda suponer dejarse la vida en el camino. ¿Diferencias? Pocas y las que hay se deben al distinto momento histórico en el que viven ambos personajes. ¿Similitudes? Muchas, aunque adaptadas a las diferentes realidades.

Mientras tanto, en el Partido Demócrata se están frotando las manos ante la continua subida de popularidad experimentada por Trump. Saben que su discurso es caldo de cultivo para nuevos votantes demócratas. De hecho, son varios los republicanos que han mostrado su rechazo hacia el magnate por considerarlo demasiado extremista. Si los estadounidenses en su conjunto son inteligentes, Donald Trump no debería llegar a ser ni siquiera candidato a las elecciones presidenciales. Las encuestan me rebaten esta afirmación, por lo que abogo por una sensatez por parte de los demócratas, mucho de los cuales se encuentran desencantados actualmente con Obama, y solicito que salgan en masa a apoyar a la más que posible candidata Hillary Clinton. Dudo mucho que Trump acceda a la Casa Blanca, pero nunca se sabe. ¿Os lo imagináis como Presidente de Estados Unidos? Yo no quiero ni pensarlo por el bien del país y de la democracia. Pero como siempre digo. La última palabra y la más legítima es la de la gente en las urnas.