No les llames políticos

de Piertoni Russo.

Habitualmente escribo artículos como periodista de este medio. Hoy escribo como profesor de Filosofía de Secundaria, interino de la Comunidad de Madrid. El periodismo para mí es una pasión y una diversión, la enseñanza es una pasión y mi verdadero trabajo.

Estar trabajando en la escuela, este año, es todavía más duro que en el curso anterior. En marzo pasado empezó el confinamiento y tuvimos que improvisar para seguir educando y transmitiendo conocimiento a nuestro estudiantes, trabajando mediante una pantalla. Fue duro, como si de repente te pidieran recitar un fragmento de Hamlet sin que te lo hayas leído antes. Pero lo hicimos, con todos nuestros recursos, y podemos decir que lo conseguimos.

Acabó el curso y estábamos satisfechos de nuestro trabajo. No teníamos que recriminarnos mucho por lo que se ha había hecho en condiciones totalmente imprevisibles. Fue un terremoto que golpeó a nuestra ciudadanía, a nuestros sistemas sanitarios y educativos, y mientras seguían muriendo a nuestro alrededor una cantidad enorme de vidas humanas, no teníamos tiempo para preocuparnos por cómo se estaban haciendo las cosas. Esto sí, una experiencia para no volver a repetir.

Finalmente llegó el verano, se redujo el número de contagios, y todo el personal sanitario y educativo tuvo un efímero momento para descansar, para recuperarse, para volver a sonreír después de cuatro meses de infierno.

Sin embargo, se acabaron las vacaciones y arrancó el nuevo curso escolar. Los profesores –ya no citaré a los queridos sanitarios, porque mi ámbito es la educación y puedo hablar con conocimiento exclusivamente de este sector- volvieron a los centros. En un escenario de semi-presencialidad, porque con el mes de septiembre habían vuelto a aumentar los contagios y la situación volvía a ser dramática.

Lo que parecía surreal era la completa falta de organización de cara a este nuevo curso. No existía un protocolo claro con respecto a cómo organizarse y cómo actuar para enfrentarse a esta nueva emergencia. Habían pasado dos meses y no se había invertido absolutamente nada para mejorar la situación educativa.

Solo una amenaza de huelga por parte de la enseñanza, a principios de septiembre, logró que se organizasen unas innobles pruebas para detectar contagios entre el personal educativo y para nombrar más profesores de manera que se pudieran desdoblar grupos en los centros y reducir el número de alumnos por aula.

El curso arrancó con clases presenciales para los alumnos de primero y segundo de la ESO, y con clases semi-presenciales, a días alternos, para los demás grupos y niveles. En mi caso, veo a mis alumnos dos días por semana, además de los viernes online. En definitiva, ellos se quedan cinco días en casa. Un hándicap educativo alarmante. Además, hay alumnos sin recursos económicos, que no tienen ordenador o conexión en casa y que no pueden seguir las clases online.

Soy tutor de un grupo de bachillerato y apenas reconozco las (media)caras de mis alumnos. Les veo poco, no me puedo relacionar como quisiera con ellos y no puedo contarle todo lo que sé con respecto a mi asignatura. Los viernes trabajo desde el centro, con mi ordenador traído desde casa, y con una conexión extremamente precaria que no me permite trabajar bien. La línea se corta, los alumnos no te entienden y tú no les entiendes a ellos, de encender la cámara ni hablarlo. Tener conectados a cuarenta profesores con cámara es imposible. La conexión del centro no lo soporta. Y tú te frustras.

Todos los días, los alumnos de mi tutoría me preguntan por el profe de matemática. ¿Ha llegado?  Yo debo decirles que no, que se ha agotado la lista de interinos y que se está esperando que se abra una bolsa de trabajo para que se convoquen a más profesores. Llevo un mes diciendo siempre lo mismo. Hoy, por ejemplo, mientras escribo este artículo, me meto en la página de Educación de Madrid (https://gestiona7.madrid.org/ares/#!/citados) y veo que, para el día 26 de octubre,  solo han convocado a Ana María, profesora de secundaria interina de Biología y Geología de la Comunidad de Madrid, para elegir entre veintidós plazas de vacantes en puestos voluntarios. Once de estas, son hasta el 31 de agosto de 2021, para el entero curso escolar. ¡Una sola profesora para veintidós plazas! Ella tendrá la suerte de elegir una, la más cómoda para ella, y otros veintiún centros se quedarán sin docente de Biología y Geología, no sabemos hasta cuándo. Estamos casi en noviembre y hay una cantidad enorme de alumnos que no han llegado a conocer aún a todos los profesores de su equipo docente. Y que no pueden seguir aprendiendo.

Es una situación recurrente, sin discriminación de centro o asignatura. Una consecuencia de la política del gobierno de Madrid, que quiere perjudicar a la enseñanza pública a favor de la concertada.

Volviendo al virus, como tutor de mi grupo, he tenido confinados –de momento- a dos alumnas y un alumno, contagiados por el covid-19. Los alumnos se han quedado confinados en casa durante 10 días, mientras los compañeros de grupo han seguido con sus clases. Preocupados por la situación, me han preguntado para saber si les iban a hacer una prueba para ver si estaban contagiados ellos también. Les he tenido que comunicar que la Comunidad de Madrid ha cambiado el protocolo y que se establece que ellos -como yo- no somos contactos directos, y que no tenemos derecho a hacernos la prueba. Menos PCR, menos detección y menos rastreo de contagios. La medida perfecta para parar el virus.

Después de haber atendido a mis alumnos para solucionar sus dudas, vuelvo a la didáctica. Ya he gastado una parte preciosísima de mis 110 minutos que tengo con ellos de clases presenciales semanales. Con un retraso enorme con respecto al temario que habría tenido que dar, hablo a mis alumnos de filósofos como Sócrates, Platón y Aristóteles, que centraron sus doctrinas filosóficas en el estudio del hombre y de la sociedad, y que consideraron la política como el arte o la actividad necesaria para regir los asuntos públicos y para acercar a los hombres a la eudaimonía, la felicidad. Para estos filósofos, el objetivo de los políticos es un gobierno justo, que busca el bien común y el beneficio para todos los miembros de la sociedad.

Mientras lo digo, desconsolado, pienso en la realidad, en la mayoría de nuestros políticos que no tiene el mínimo interés en mejorar las cosas, y en los meses pasados, cuando pensábamos, ilusos, que el virus podría ser una gran posibilidad para regenerar nuestra sociedad.