La catequesis se cuela en las aulas

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de GUILLERMO LUNA GONZÁLEZ.

El Gobierno ha aprobado recientemente una modificación del currículo de la asignatura de Religión, impartida actualmente desde la Educación Primaria hasta el Bachillerato. Los cambios producidos no han pasado desapercibidos a la opinión pública. No han tardado en aparecer las primeras críticas que califican la reforma de retroceso y error gravísimo. Por el contrario, las Escuelas Católicas han afirmado que el nuevo currículo es “equilibrado y coherente” y no entienden a los que se quejan por la adopción de esta medida porque, según dicen, “es una asignatura que sufre constantes reducciones de horas lectivas”, como si ese argumento ya fuese suficiente para poder hacer todo lo que se quiera.

Entre las modificaciones que se pretenden establecer, llaman la atención ciertos criterios de evaluación en los que se puede leer: “(el alumno) reconoce la incapacidad de la persona para alcanzar la felicidad por sí mismo” o “(el alumno) reconoce con asombro y se esfuerza por comprender el origen divino del cosmos y distingue que no proviene del caos o el azar”. Según lo citado, uno se percata que el alumnado no aprobará la materia sin reconocer, muy a su pesar, que no puede ser feliz sin la ayuda de Dios, ni creerse la teoría del “Big Bang” demostrada científicamente e impartida con acierto a niños y niñas de 12-13 años en Ciencias Naturales (1º ESO).

Esto nos lleva a preguntarnos por qué el adoctrinamiento religioso se imparte en escuelas públicas cuando nos declaramos como un “Estado Aconfesional”, lo que quiere decir que no podemos dar prioridad a ninguna religión por encima de las otras. Es evidente que las religiones han de existir. Faltaría más. Pero su educación no debería instaurarse en los colegios e institutos públicos, pues son lugares donde acuden todo tipo de jóvenes, de todas las religiones o, incluso, ateos; lo que puede generar discriminación hacia esos alumnos que discrepan con el catolicismo. Por ello, la mejor forma de conciliación social y respeto mutuo, pasa por expulsar la Religión de las aulas. ¿No existe ya la catequesis en los lugares de culto para ello?

Los cambios en dicha asignatura provocan un malestar que va más allá de las convicciones religiosas de cada uno. Según afirman numerosos filósofos, científicos e, incluso, profesores de Religión del ala más progresista, la modificación del currículo es demasiado radical y puede llevar a confundir a los alumnos, al no saber distinguir entre educación académica (creación del universo por el ‘Big Bang’) y adoctrinamiento religioso (creacionismo divino). Para estos ilustres, la Religión y la Educación son dos aspectos muy diferentes, que abarcan ámbitos de la vida plenamente separados y que, por lo tanto, no deberían ofertarse simultáneamente en los mismos lugares (a nadie, por el contrario, se le ocurriría impartir clase en una Iglesia, pero al parecer sí dar la doctrina cristiana en un centro educativo público).

La reforma presenta más puntos convulsos. La LOMCE ha eliminado la asignatura Educación para la Ciudadanía y con ella temas como el aborto y la eutanasia, mientras que otros son reducidos a la mínima expresión como el matrimonio homosexual o el divorcio. Además, por si esto fuera poco, se recoge en el escrito que las plegarias están presentes en las aula, esto es, que en Religión se deberá rezar, al igual que se hacía en los años del franquismo.

Pero aún hay más. Según el Ministro de Educación, José Ignacio Wert, la asignatura de Religión no es obligatoria y en su lugar los alumnos puede cursar una alternativa llamada Valores Sociales y Cívicos (parece que debemos agradecerle al Ministro que los alumnos no se vean obligados a asistir a clases de Religión). Sin embargo, esta alternativa a la Religión tiene su pequeño truco. El temario impartido es de una incoherencia y confusión tal, que llega a ser percibido por el alumnado como una asignatura “hueso” (difícil, en el argot estudiantil). Por el contrario, la asignatura de Religión se presenta como una materia sencilla, con pocos exámenes y que te ayuda a subir la media. Naturalmente, ante semejante percal, es evidente qué opción van a elegir los jóvenes, más preocupados por aprobar que por aprender cosas sensatas y no banalidades.

Finalmente, uno de los puntos que más controversia ha generado ha sido el de la inclusión de Religión en el expediente académico. Hasta el momento era una asignatura que se impartía y se evaluaba, pero luego no se tenía en cuenta para calcular la media de dicho expediente. Ahora por el contrario, un ejercicio de “mala fe” te puede dejar sin ir a la playa un verano, sin un diploma de excelencia o aprovechamiento en 4º de la ESO y lo que es peor aún, te puede bajar la media en Bachillerato y, por consiguiente, la nota de PAU, lo que puede provocar quedarte fuera de la carrera universitaria que deseas hacer. En efecto, se puede perder todo eso por el motivo baladí de no actuar bajo las doctrinas de la Religión. Es decir, un temario nada académico, puede tambalear un expediente académico. Vaya paradoja.

Sin embargo, este conflicto no es nuevo. Viene de lejos, pues desde el año 1979, la Conferencia Episcopal es la encargada en exclusiva de redactar el currículo de la asignatura de Religión, tal y como aparece estipulado en los acuerdos de España con la Santa Sede. Esto provoca que el currículo de Religión siempre presente matices anticuados e involucionistas. Los gobiernos, por mucho deseo que tengan de limitar o suprimir esta asignatura, no pueden por sí solos tomar esa decisión, puesto que siempre han de consensuarlo con la Conferencia Episcopal y ya sabemos que en temas de progreso y modernidad no son los mejores expertos.

Pasan los años, alardeamos de vivir en una sociedad moderna y avanzada, pero la Religión sigue estando en las aulas de colegios e institutos públicos (ya no hablo de concertados o privados, donde cada padre y madre decide lo que hace). Ya no feliz con eso, ahora la Conferencia Episcopal, con el apoyo acérrimo del Partido Popular, le aporta valor académico. De nuevo, el Gobierno demuestra que es posible dar pasos hacia atrás. No seremos un país avanzado hasta que no dividamos educación por un lado (aulas) y religión por otro (lugares de culto). La catequesis en las iglesias y los conocimientos empíricos en los colegios.